miércoles, 8 de enero de 2014

La Discordia del Cazador

—Ha sido un sueño. Estoy aquí, ya pasó… ¿qué has soñado?

—Estaba en un lugar inmenso y oscuro, que parecía no tener límites. Tú no estabas conmigo y un siseo incitante se acercaba a mí. Estaba aterrorizado —. Parecía tan real.

—Estoy aquí—. Sonrió. Me hizo una mueca extraña y comenzó a bailar descontroladamente, poniendo una música estruendos. Reía

— ¿De qué te ríes? ¿Siempre tienes que estar feliz o qué? 

—Te contaré el secreto: siempre hay que reír, pase lo que pase. Has tenido una pesadilla, pero todo se ha solucionado cuando has despertado.

—Aún quedan secuelas de las balas que terminaron en tu cerebro, Beth. Estás loca.

—Me hieres. Y te pones agresivo recién levantado. No me quieres.

—Beth, eres mi tesoro. El más preciado que tengo.

Era verdad. La quería con todo mi ser. Me dirigí lentamente a la cocina a prepararme un batido de chocolate caliente, que me hacía entrar en sueño. Pensé en Beth, en su pasado: su padre había sido envenenado y, poco después, a causa de eso, murió. Su madre se había vuelto loca de remate y se había largado sin más, dejándola en el salón de casa con tres años. A la que Beth lloraba por tercer día consecutivo, los vecinos llamaron a la policía y descubrieron que la niña estaba sola. Así que estuvo en un orfanato durante toda su vida. A veces, cuando se pone nostálgica, me cuenta que siempre llevaba encima una mochila (que era su tesoro) y que ahí llevaba las cosas imprescindibles que tenía que llevar una chica como ella. Dice que algún día me contará qué cosas había dentro, pero de momento no lo sé.

Mi historia con Beth es extraña. No sé cuánto llevamos juntos, no sé ni siquiera si estamos juntos o qué es lo que estamos haciendo. Sólo sé que me quiere y que le quiero a pesar de mis defectos y a pesar de los suyos.

Nos propusimos ahorrar para irnos el año que viene, tal vez si conseguimos dinero, visitar los fiordos noruegos. Es una ilusión que siempre ha tenido de pequeña y me encantaría cumplir uno de sus pequeños sueños. 

Realmente, siempre he sabido que algo había mal en ella, aunque siempre sonría... ¿Qué debió ocurrirle? Me asalta muchas veces esa pregunta pero cada vez que le miro a los ojos, me da la sensación de que la respuesta la destrozaría y no quiero verla así. Quizás algún día se lo pregunte. Sólo podía esperar a que ella me lo dijera un día u otro... o esperar al momento oportuno para preguntar.

En cuanto a mi familia... casi todos muertos. Mis padres, que murieron, eran hijos únicos, no tenía tíos, no conocí a mis abuelos, yo tuve un hermano pero... bueno, dejémoslo en tuve. Se fugó, nunca más supe de él. Yo era muy pequeño como para recordarlo. Me crió un amigo de la familia, amigo de mi padre, a quien cada mes le llegaba un paquete que a mi ver siempre era sospechoso y me las daba de detective queriendo adivinar su contenido. Obviamente, nunca lo supe. 

Hubo una vez de las veces que recogió el correo y lo dejó encima de la mesa, que pude leer mi nombre claramente en una carta y, al darse cuenta de que la había visto, la escondió rápidamente. Tampoco supe más de ella ni tampoco indagué en el hecho de que fuera mía. 

Teniendo yo 12 años, para él ya tenía edad suficiente para cuidarme solo e ir por mi cuenta, así que se mudó de casa cuando lo vio oportuno y me dejó con lo puesto en aquella cochambrosa casa de madera en ruinas apartada de la civilización.

***

Tenemos una pequeña perra, Noa, que siempre tiene miedo de nuestras broncas usuales. Discutimos por verdaderas tonterías, Beth es muy especial.

Recuerdo que la conocí en un hospital de la ciudad de al lado. No recuerdo la primera impresión que me dijo que tuvo de mí, pero sé la impresión que ella me causó: guapa pero desaliñada. Vida de mierda. Con un marido borracho y, seguramente, ella borracha también. Cuando se lo conté, se enfadó. Quise explicarle que eso no lo seguía pensando, pero se enfadó de todas formas. A partir de la primera discusión, sólo podía soñar con estar con ella para siempre. 

Y ahora aquí estamos. En una relación amor-odio en la que nos entendemos y nos maltratamos psicológicamente a la par que nos consolamos. Tengo que reconocer que es algo inestable. 

La primera vez que charlamos me contó que siempre ha querido ser actriz, pero que no se veía lo suficientemente guapa para ello y, además, no le gustaban ciertos “trabajitos” que tenía que efectuar para entrar en el mundillo (sí, esa clase de trabajitos), así que siguió por otro lado. Me la intenté imaginar de actriz, a pesar de no conocerla en absoluto, y me hizo bastante gracia.

Cuando salimos oficialmente, íbamos en el coche y sonó la que dijo era su canción favorita. Me la dedicó, alegando que “eres la primera persona que no se aparta de mí nada más conocerme”.

También me contó uno de sus secretos más inconfesables: que nunca había montado en una bicicleta. No me sorprendió, me pareció algo corriente —hay mucha gente que no sabe montar en bicicleta—. Le dije mirando al frente que yo le enseñaría sin problemas, y por el rabillo del ojo pude ver cómo me miraba fascinada y con los ojos brillantes de emoción. Me alegré de que con cosas tan pequeñas se sintiera feliz. Era auténtica. Es, de hecho. Es auténtica.

En esa primera cita la llevé a la gran ciudad, y por su cara de extrema emoción, diría que nunca había estado en ella. Me entró mucha curiosidad por saber dónde vivía.

La llevé a sitios muy importantes. Entre ellos, un museo al que llamaban El Museo de los Muertos, donde estaban expuestos los cadáveres de nuestros grandes líderes y personas de mucha importancia: artistas, héroes de la ciudad, personas con influencia, y un largo etc. Y he de decir que me sorprendió gratamente que me diera el primer beso en medio de Sir Junch Patop y La Bumn Tehlú. Después sufrió un ataque de nervios al pensar que se había equivocado, que iba demasiado deprisa (que lo iba). Casi destroza un cadáver que estaba colgado. Nos echaron del museo, naturalmente. La llevé luego a dar un paseo por el borde del canal que atravesaba la ciudad. Ella caminaba demasiado en el borde.

—Es muy peligroso, no te acerques tanto. Te puedes caer

— ¿Qué pasa si me caigo? — Me preguntó. Me sorprendió la pregunta… era lógico, ¿no? Si se cae… se cae. No hay más. 

—Te caerás. Y punto. Podrías hacerte daño.

—Sé nadar —. Tenía contestación para todo. Me ponía de los nervios a veces. — El agua me acariciará y me acompañará a la salida. Tú solo debes traer una toalla para que no me dé una hipotermia. 

—Hablas de la hipotermia como si no fuera importante. Podrías ponerte muy enferma.

—Eres un exagerado y demasiado precavido. Así te pierdes las cosas interesantes de la vida, como nadar en un canal lleno de la mierda que cagan los gobernadores de esta ciudad. 

Me eché a reír. Y contra más me reía, menos podía respirar. Y comenzó ella a reír también. Estuvimos un buen rato así, hasta que hubo un momento en el que no respirábamos y nuestros abdominales sufrían. Ahí comencé a verla hermosa, insuperable, perfecta.

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