jueves, 14 de febrero de 2013

Fragmento

Mi reacción la deja perpleja. Lo primero que pienso en cuanto me comunica la terrible noticia es "me está tomando el pelo, es broma". No, no es broma: nuestro padre ha muerto. Sus mejillas aún están húmedas al decírmelo. Sus ojos, enrojecidos, declaran la veracidad de sus palabras. "No" le contesto. Un simple no, para después largarme escopeteada a aclarar mi mente. ¿Qué demonios tengo que aclarar? No quiero llorar. Sí quiero, pero no delante de ella. Siempre he sido la más fuerte, a pesar de ser la pequeña. Ella siempre ha confiado en mí para prestarle un apoyo y yo siempre se lo he ofrecido con todo el amor del mundo. Es mi hermana, es mi sangre. En realidad sólo es apariencia, no soy más fuerte que ella, simplemente sé esconder mis sentimientos mucho mejor y eso la deja a ella a merced de la maldad y crueldad del mundo. Ella es más autosuficiente que yo, más independiente, y eso lo sabe perfectamente, pero le gusta seguir resguardándose del mundo tras mi espalda, es a lo que está acostumbrada. Pero, repasemos, ¿qué soy yo? Soy un desastre, soy dramática, hago montañas miles de un mísero grano de arena, un huracán de una brizna de aire veraniega. Tengo la autoestima por los suelos, nunca nadie ha querido estar conmigo, vivo sola, huyendo de toda la familia a excepción de mi miss-ojos-azules, mi hermana mayor.


Pasa un rato, quizás unas horas hasta que se atreve a entrar en el cuarto que he dejado a oscuras donde me hallo acurrucada en una esquina de la cama, de cara a la pared. Mis sollozos han cesado hace rato y menos mal, no quiero que me oiga. Se sienta al borde de la cama, se intenta poner lo más cómoda posible, de cara a mí. Noto su respiración más sosegada que antes, me alegra escucharla tranquila, eso me ayuda a mí a tranquilizarme un poco e intentar iniciar una conversación. Realmente no sé si hablar del tema o cambiar radicalmente… no sé siquiera si le apetece hablar, así que callo para que inicie ella la conversación si es que quiere que haya alguna. A ciegas toca mi espalda y sube hasta llegar al pelo y lo acaricia. No sé si me está intentando consolar o intenta consolarse ella misma. Pero le respondo como considero que debo hacerlo, me giro y la abrazo. Ella me aprieta fuerte, lo que me hace pensar que eso era precisamente lo que necesitábamos. Ambas.

Empieza a sollozar y hacer pequeñas convulsiones; mis brazos automáticamente se estrechan hasta apretarla, haciéndola saber que no voy a dejarla sola.

—Es tan… — sus palabras se tropiezan.

—Shhh, shht…. — la calmo, le insto a que pare, que no intente hablar hasta que se calme.

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