miércoles, 27 de enero de 2016

Hugo

Y recordó su advertencia en mitad de la noche. Eso hizo que Hugo se despertase con el corazón en la garganta y el pulso acelerado.

Su vida ya no era la misma desde que presenció cómo le pegaban un tiro a su madre y cómo le arrancaban la cabeza de cuajo a su padre. La suerte para su hermano fue distinta: primero dos hombres le violaron, y luego le asfixiaron a sangre fría.

Otra persona en su situación se preguntaría "¿por qué a mí?". Pero Hugo no era de esos. Hugo no pensaba siquiera, sencillamente encajaba los golpes de la vida con su mejor gesto apático. Por supuesto que le dolía que su familia hubiese muerto de una forma tan grotesca. Claro que tenía traumas acumulados en su memoria como para encerrarlo en un psiquiátrico. Otro en su situación se hubiera planteado suicidarse. O marcharse de aquél sitio, o matar a aquellos tíos y luego meterse la pistola en la boca.

Pero Hugo no hacía esas cosas. Hugo se planteaba marcharse sin volver la vista atrás. Hugo se planteaba la posibilidad de que aquellos hombres le perdonasen la vida y le dejasen ir sin más represalias. Sin más sangre, sin más dolor.

La muerte se burlaba de Hugo. Le visitaba muy a menudo: matando a su familia, matando a su tutora legal, a sus familiares más lejanos... Allá donde iba él, la muerte aparecía para dejarlo solo.

Por eso nunca le afectaba visiblemente la desgracia.

Pero por dentro estaba roto y destrozado.

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