Se miró al espejo y no se reconocía. ¿Quién era esa mujer de labios gruesos, maquillada y con la piel de porcelana que había ante ella? No se reconocía. Era como ver a otra persona que imitaba sus movimientos, su respiración e incluso su mirada de decepción.
Debía acabar con aquello de una vez. Cogió el cuchillo y lo puso a la altura de su cabeza, para que también se reflejase. Escuchó un golpe a lo lejos que la sobresaltó: su dueño acababa de llegar a casa. Debía terminar cuanto antes su cometido. Cogió impulso con la mano y se clavó el cuchillo en el corazón.
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