¿Esto es amor o es la guerra? ¿Es la salud o la enfermedad? ¿Bueno o malo? Te cojo con miedo la mano, porque sé que tienes un humor que cambia en menos de treinta segundos. Eso es lo que me da miedo de ti: esos cambios tan bruscos.
Con lo que a mí me gusta la tranquilidad, sentarte al sol en la terraza, cerrar los ojos y que la brisa suave te mueva el pelo. Cogerte la mano, entonces, y sonreír en silencio. Pero todo eso se acaba, y no sé por qué. ¿Qué he hecho mal?
Me aprietas la mano, cada vez con más fuerza, te digo que pares, que me haces daño. No paras. Te levantas bruscamente y tiras de mí, arrastrándome hacia la habitación. Te apetece en este momento y no hay nadie que pueda evitar que ocurra. Me tiras a la cama, y haces lo que te place. Haces conmigo lo que te da la gana.
No puedo quejarme. Tengo tu amor, en la salud y en la enfermedad. Y, como no hay amor sin guerra, me quedo en la trinchera, esperando a que dispares y luego, con arrepentimiento, me vendes la herida. Pero con una gasa no se cura un agujero, ni una cicatriz. Ni el llanto que brota de mí a cada cambio. No arreglas nada con un "perdón". ¿O sí? Por lo visto me toca callar.
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