La lluvia moja mi cara, me da un aspecto de abandono que no quiero ni imaginar. La oscuridad de la ciudad se cierne sobre mí. Estoy en un lugar donde ni las farolas, ni las luces de los hogares me alumbran. Estoy solo. Pero en toda esta inmensidad que me rodea, en todos los rincones oscuros y lúgubres que observo, puedo ver una belleza deslumbrante. Una belleza que nunca jamás había visto. O tal vez sí, pero nunca la había percibido de esta manera.
Hace días que vago por este lugar y comienzo a reconocer sus calles: algunas con regueros de sangre reciente, algunos con borrachos sedientos, putas ofreciéndose... pero otras con un silencio desolador y reconfortante. Un silencio que, a la par que me da vida, me llena de furia, me hace ver lo solo que me encuentro y que estoy atrapado en este inhóspito lugar.
¿Alguna vez os habéis sentido atrapados? ¿Como si fuerais pequeñísimos y os encerrasen en un vaso de cristal? Pues así me siento yo en estas calles, en medio de esta gente estúpida y maloliente. Pero, por otro lado, me siento en paz, porque luché por mi supervivencia cuando estuve en vida y, aunque no logré escapar de las garras de la muerte, hice todo lo que pude. Y ahora tengo lo que me merezco: la eternidad en un infierno en el que me siento en paz pero me atormenta.
Y, ¿sabéis qué? En el otro lado, en el lado de la luz, me di cuenta de una gran verdad: el amor no te salva de nada. No te salva de la vida, y tampoco te salva de la muerte. Si en vida fuiste un desalmado, aunque te sacrifiques por amor, todo lo que hiciste se volverá en tu contra, y acabarás aquí, en tu propio infierno creado por tu subconsciente. Hacia el sufrimiento eterno.
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