Vuelvo a aquél lugar después de mucho tiempo. Todo sigue igual: un puñado de personas andando de un lado a otro, corriendo, alterados. Siguiendo con sus vidas. Nada ha cambiado, pero para mí es distinto: todo tiene un color a nostalgia, a gastado. Un color de pasado, de antiguas caras risueñas y felicidad.
¿Por qué he vuelto? Quiero seguir con mi vida. No quiero volver a esa felicidad, sino crear una nueva. Estoy en proceso, soy feliz. Pero la maldita y testaruda nostalgia me persigue por todos los rincones que pisé con él.
No volvería. Rotundamente no. Pero fue mi primer amor, mi primer beso... mi primer todo. Y eso no se va de la cabeza tan fácilmente, ¿no?
Pues a él se le ha olvidado.
Su hogar, un recuerdo tan familiar y tan lejano. Su olor. Sus costumbres. Esas pequeñas manías. No volvería a ello, pero duele que las cosas cambien tanto.
Duele que te olviden. Que ya no le importe. Que no le interese saber qué pasó con ella...
Pero más tarde, decido armarme de valor ir al sitio que tanto nos gustaba. Es posible que esté allí con alguien, pero aún así quiero ir. Él no estaba allí. De hecho, ni siquiera estaba el lugar. Me envuelve una sensación de tristeza: como si nuestro amor hubiera creado ese lugar donde nos refugiábamos y, al irse el amor, desaparece el refugio. Tendré que buscar un nuevo lugar.
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