-¡Ya decía yo! - espetó, ilusionado, Mark. - ¡Estaba claro! Todos rubios, ojos claros, escandinavos... ¡y yo más moreno imposible!.
Silvia y Thom se miraban atónitos. No comprendían que su hijo se hubiera tomado tan bien la noticia: que era adoptado.
De hecho, se le veía alegre; descansado. Suponían que no se sentía en paz sabiendo que había algo que no cuadraba. Estaban contentos.
-Y, bueno... ¿sabéis algo de mis padres... de verdad?
Ambos asintieron. Silvia fue en busca de algo, un cuaderno de direcciones y teléfonos. Buscó en la lista el apellido, donde a continuación salía la dirección.
-¡Fantástico! Les escribiré antes una carta -. Mark cogió el cuaderno, se sentó en su escritorio y se dispuso a escribir:
"Queridos padres biológicos,
Cuando menos lo esperéis, iré a mataros.
Att: Mark, vuestro puto hijo".
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