Suena el timbre de la puerta, pero sé que no eres tú. Esta vez te has marchado con las manos vacías. No has hecho equipaje ni dices si vas a regresar. No me has dicho a dónde vas, sólo dices que no te siga, que debo continuar mi vida. Sueles hacerlo, te cansas de la rutina y empiezas a doblar la ropa que crees que necesitarás sin saber a dónde irás, sin saber si irás a un lugar frío o cálido. En tu mente trazas un recorrido para contar el dinero que te hace falta, pero a veces no haces caso de tus suposiciones y simplemente te lanzas al vacío. Vacío, ¿quizás es ahí a dónde has ido? Me gustaría que te hubieras llevado un teléfono, o me hubieras dado una dirección para localizarte, porque me mata no saber dónde estás. Me mata saber que no vas a volver y no voy a poder quejarme de tu insensatez al marcharte y dejarme sola una vez más. Tal vez, lo que realmente me mata, es saber que no te voy a poder parar la próxima vez que te vayas, porque no te vas a volver a marchar.
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